Durante la Cuaresma, que es un tiempo que nos permite prepararnos para vivir dignamente el Misterio Pascual, la Iglesia nos invita a realizar penitencia.
De acuerdo al Catecismo de la Iglesia Católica, si bien la penitencia puede tener expresiones muy variadas, destacan tres formas: el ayuno, la oración y la limosna. Las cuales “expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás”.
Ayuno
Para los católicos, ayunar significa reducir la cantidad de comida habitual. Esto se traduce en una comida más dos comidas pequeñas, que sumadas no sobrepasen la comida principal en cantidad.
También se puede hacer ayuno de forma más estricta, consumiendo sólo pan y agua.
El ayuno es obligatorio para los católicos entre los 18 y los 59 años de edad, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. No obstante, no están obligadas las personas enfermas, las mujeres embarazadas o en periodo de lactancia y las personas con alguna imposibilidad física de mantener el ayuno.
Limosna
En la Audiencia General del 28 de marzo de 1979, San Juan Pablo II resalta el sentido de la limosna como una ayuda a quien tiene necesidad de ella y como hacer participar a otros de los propios bienes.
Es decir, la limosna es una expresión de amor al prójimo, que si bien tiene un componente material, lo que cuenta es “el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos”.
En ese sentido, cita a San Agustín, quien decía: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.
Oración
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la humildad es la disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios. Y agrega que “es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana”.
Además, precisa que la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios y en comunión con Él.
En palabras de Santa Teresa del Niño Jesús, “la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”.